Comenzaré con un ligero chascarrillo que leí por la mañana: La humilde señora se dirigió al altar de la Virgen María y empezó a hacer sus peticiones. Un obrero que trabajaba en un andamio cerca del techo la vio y decidió hacerle una broma. Con su voz más grave le dijo:
-Buena Mujer. Te habla Jesucristo. Pídeme lo que quieres y te lo concederé rápidamente. . . . . . Sin el menor susto, la mujer volteó hacia arriba y dijo con tono severo:
-¡Cállate tú, que estoy hablando con tu madre!
El respeto ante todo no creen? Ja ja me causó mucha gracia.
No pretendo mediante estas líneas poner fin a tan ancestrales controversias religiosas, ni tampoco me inclino en el radical pensamiento de Karl Marx, título de esta publicación. Considero en lo personal, la necesidad interior de creer en algo superior que genera y ordena las cosas, para mi es Dios, Jesucristo y el Espíritu Santo. Pero habrá quienes tengan una concepción distinta y sus creencias estén representadas en otras deidades, así como otros que de plano no crean en nada.
La importancia de las religiones es que de alguna forma regulan la conducta humana y brinda al fiel o creyente cierta temeridad de hacer algo incorrecto, desde mi punto de vista. El problema, creo yo, radica en las diversas interpretaciones y transformaciones que el ser humano tendiente a equivocarse, hace de las Sagradas Escrituras, entrando en ocasiones en una verdadera disputa, sobre cuál es la verdad absoluta de las cosas, como si alguien terrenal realmente tuviera esa respuesta. Luego si a eso le sumamos, el fanatismo, los llamados “falsos profetas”, que históricamente ha habido muchos, todas estas situaciones que vuelven muy compleja la relación espiritual.
La libertad de creencia religiosa, se fundamenta en el respeto y la tolerancia, mientras el hecho de creer en algo no rebase la esfera del otro, ni la del Estado, no habría razón porque confrontarse.
Así es que mi consejo sería hagamos el amor y definitivamente NO la guerra.